Conflictos en la Iglesia y amonestación – Pastor David Jang

Los conflictos y la amonestación en la Iglesia
Cuando leemos hoy la Carta a los Filipenses, notamos que el mensaje que el apóstol Pablo deseaba transmitir a la iglesia de Filipos no se limitaba a una exposición doctrinal de la vida cristiana. Pablo escribió esta epístola mientras estaba encarcelado, y confiesa que, en su extenso ministerio recorriendo diversas regiones para proclamar el evangelio, el sufrimiento más profundo no provenía tanto de la persecución externa como de las disputas internas de las iglesias. En concreto, Filipos fue la primera ciudad europea donde Pablo inició su obra misionera, sentando las bases del evangelio junto con Lidia y otras mujeres que formaron el núcleo de la comunidad. Sin embargo, con el paso del tiempo, surgieron tensiones internas. Ante esta situación, Pablo no optó por reprimendas o fuertes reproches, sino que ofreció una solución con un tono amable y lleno de belleza. El pastor David Jang subraya que, hoy en día, al enfrentar conflictos en las iglesias, es fundamental seguir el método de Pablo: empezar con una suave amonestación y un mensaje de ánimo que promueva la sanidad del conflicto.

En múltiples predicaciones, el pastor David Jang ha reiterado que, para que una iglesia en conflicto se recupere, es indispensable “tener la mente de Cristo”. Con frecuencia, se piensa que resolver una disputa implica reprender duramente a los involucrados o cortar de raíz el problema de una vez por todas. Sin embargo, en Filipenses 2:1-4, Pablo propone un enfoque lleno de ternura. El primer elemento que presenta es la “amonestación”, la cual consiste en fortalecer y alentar el alma del prójimo. No es un simple “¡Ánimo!” ni un “No te lo tomes tan a pecho”, sino que comienza investigando lo más profundo del corazón de las personas involucradas. A veces, quienes se hallan en medio de un conflicto se justifican a sí mismos, pero al mismo tiempo padecen culpa y vergüenza. El pastor David Jang menciona el ejemplo de Caín en Génesis, recordando que, incluso cuando Caín mató a su hermano, Dios no lo condenó enseguida, sino que primero lo protegió. Aunque parecía lógico juzgarlo de inmediato, Dios impidió que alguien le hiciera daño y le dio vestiduras de piel, cuidando en el fondo su alma. De la misma manera, en un conflicto eclesiástico, el pastor David Jang anima a acercarse primero mediante la amonestación, reconociendo la angustia interna de cada parte.

De hecho, en Filipenses 4:2, Pablo escribe: “Ruego a Evodia y a Síntique”, amonestando de igual modo a ambas partes. Este gesto revela que no se puso de un lado ni del otro, sino que tomó un camino sabio para suavizar las tensiones. Uno de los motivos principales por los que los conflictos en la iglesia empeoran es la mediación parcial de líderes o personas cercanas, que solo apoyan a su grupo de referencia. Pablo advierte contra ello y, en cambio, alienta a los involucrados a volver a dialogar frente a frente. El pastor David Jang llama a este método de Pablo un “cuidado pastoral donde se conjugan imparcialidad y amor”, que fomenta la “restauración” y la “reconciliación” en lugar de incitar a la “agresividad”.

De modo similar, el conflicto que surgió en la iglesia de Filipos no se diferencia mucho de lo que acontece hoy. Pablo sentía un afecto especial por esa comunidad, pues la fundó con Lidia y algunas mujeres, y la consideraba sumamente valiosa. En cierto momento, surgieron divisiones internas, y aunque Pablo había soportado con firmeza la persecución y el sufrimiento, lidiar con los problemas internos de la Iglesia le resultaba especialmente penoso. El pastor David Jang observa que, cuando se desata un conflicto en una iglesia, la mayoría se apresura a culpar a alguien para zanjarlo todo con reproches. Pero Pablo eligió la amonestación como primer paso. Ese ejemplo ilustra la ética fundamental y la sabiduría espiritual que la Iglesia debe aplicar al enfrentar sus disputas.

Además, en Filipenses 2:1, Pablo escribe: “Por tanto, si hay algún estímulo en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia…”, mostrando de forma concreta cómo la Iglesia puede unirse y superar los conflictos. El pastor David Jang interpreta estos cuatro elementos como pasos para resolver tensiones y controversias. El primero, “en Cristo”, nos recuerda que los conflictos no deben evaluarse con criterio meramente humano, sino desde la óptica del Señor. La Iglesia, por definición, es el cuerpo de Cristo, y al ser una comunidad unida por la fe, todo desacuerdo debe manejarse “en Cristo”.

En efecto, cuando el rencor y la discordia han echado raíces, la frase “estar en Cristo” puede sonar compleja. Quienes se ven atrapados en la ira, la frustración o el desánimo pueden percibirla como algo lejano. Por ello, el pastor David Jang entiende la amonestación no como una “enseñanza abstracta”, sino como “un amor pastoral” que acoge a quienes están inmersos en el conflicto. Quienes pelean albergan emociones complicadas y heridas hondas, con frecuencia mezcladas con culpa por la situación. Por ende, lo más urgente no es el reproche, sino el cuidado; no la reprimenda severa, sino el aliento. Incluso desde la cárcel, mientras escribe su carta, Pablo insiste primero en “exhortaros los unos a los otros”. Ese es el trasfondo de su mensaje.

El pastor David Jang recalca también que la amonestación no puede limitarse a una intervención aislada. Cuando las emociones de los involucrados están al rojo vivo, un único acto de persuasión no basta; se requiere de múltiples ocasiones para brindar ánimo y consuelo. En este sentido, si se desea que toda la comunidad colabore en la resolución del conflicto, no conviene precipitar un desenlace, sino escuchar con calma y buscar la guía del Espíritu Santo en la oración. En vez de apresurarnos a inculpar a una de las partes, es preciso que todos retrocedan un paso y se autoexaminen. Así, los corazones se abren, se identifica el origen del problema y comienza la reconciliación.

El consuelo del amor y la comunión del Espíritu
En Filipenses 2:1, tras mencionar la amonestación, Pablo continúa: “si hay algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia…”. El segundo elemento clave es el “consuelo”, pero señala de forma puntual que sea “en el amor”. Incluso si en la Iglesia se intercambian gestos de consuelo, si no media un amor genuino, la solución se queda en la superficie. El pastor David Jang señala que frases como “Tranquilo, ya pasará” pueden, en ocasiones, causar más daño a quienes están en conflicto, pues reflejan una respuesta superficial, sin profundizar en las circunstancias ni en los sentimientos que condujeron a esa situación.

El verdadero consuelo en el amor brota cuando se investiga por qué alguien llegó a enfadarse tanto, cuál fue la causa de su abatimiento espiritual y qué heridas o dolor llevaba dentro. A menudo, en un conflicto nos sentimos forzados a convencer o persuadir al otro, pero antes es necesario que la otra persona tenga un espacio para expresarse libremente. El pastor David Jang explica que la expresión “consuelo de amor” cobra su auténtica fuerza en este punto. Si, en medio de nuestras aflicciones, al menos una persona nos comprende y escucha de corazón, nuestro espíritu empieza a abrirse. Entonces se activa el proceso real de resolución del conflicto.

Luego Pablo añade: “si alguna comunión del Espíritu”, subrayando que ese consuelo de amor no puede completarse únicamente a través de la empatía humana. La Iglesia es, por encima de todo, una comunidad de Dios, y la sanidad genuina llega solo mediante la intervención del Espíritu Santo. El pastor David Jang ve la “comunión del Espíritu” como todo el conjunto de adoración, alabanza y oración de la Iglesia. Cuando la conversación se da únicamente entre personas con las emociones exaltadas, existe el riesgo de lastimarse aún más o de devolver ofensas. Pero en un culto, una vigilia de oración o un grupo pequeño donde obra el Espíritu, las defensas y la dureza del corazón se suavizan paulatinamente. Al oír la voz y el consuelo de Dios a través de la alabanza o la meditación bíblica, la persona que antes nos parecía insoportable empieza a verse de forma distinta.

El pastor David Jang llama a esta renovación “el milagro que solo el Espíritu Santo puede obrar”. Cuando dos personas que se han dado la espalda por un conflicto dialogan y lloran juntas en oración, se evidencia la clave esencial para resolver las disputas en la Iglesia. Esta no es una institución regida solo por seres humanos, sino un organismo espiritual dirigido por el Espíritu Santo. Por grande que sea el desacuerdo, frente a la obra del Espíritu el muro que separa los corazones puede romperse al instante. Por eso, la “comunión del Espíritu” resulta irrenunciable para la reconciliación eclesiástica.

A continuación, Pablo menciona “cariño entrañable y misericordia”, que solo se hacen realidad por la acción del Espíritu. Quienes se hallan enfrascados en un conflicto suelen sentir resentimiento y enojo hacia el otro. Aunque antes fueran hermanos cercanos en la fe, la discordia los convierte en oponentes o molestias mutuas. Sin embargo, al experimentar ese afecto y esa piedad, uno se compadece del prójimo y recuerda que “también es un alma amada por Dios”. Según el pastor David Jang, la tragedia mayor en un conflicto eclesiástico es que los hermanos se conviertan en enemigos y hieran el Cuerpo de Cristo. Por el contrario, al practicar la compasión y la misericordia, incluso si la disputa sigue sin resolverse por completo, la perspectiva hacia el otro comienza a cambiar. Germina un atisbo de empatía: “¿Qué habrá llevado a esa persona a actuar así?”.

Mientras más prolongado y arraigado sea el conflicto en una iglesia, más complejo es resolverlo con un único intento, por la profundidad de las emociones implicadas. El pastor David Jang subraya que precisamente por eso la iglesia debe cultivar de manera habitual la exhortación y el consuelo, perseverando en la comunión del Espíritu. Si se actúa solo después de que explota el problema, el panorama puede ser más caótico. Pero cuando la Iglesia ya está constituida como una comunidad saludable, con una práctica continua de comunión en el Espíritu, la posibilidad de que surjan conflictos disminuye y, si llegan, se resuelven antes. Por eso, lo que Pablo denomina “consuelo de amor” y “comunión del Espíritu” es la base espiritual que capacita a la Iglesia para afrontar las tensiones.

El pastor David Jang advierte en varias de sus predicaciones: “Una iglesia sin esta base espiritual se debilita ante cualquier percance pequeño”. A medida que el ministerio se hace más complejo o la congregación aumenta, se dificulta el cuidado personal. No obstante, por medio de reuniones de oración, cultos, alabanzas y grupos pequeños, se puede forjar una cultura de comunión constante en el Espíritu. Así, cuando surge un conflicto, esta comunión activa una resiliencia que impulsa a cada uno a autoexaminarse y a reconciliarse con los demás. De esa resiliencia surgen la compasión y la misericordia, que estabilizan y unifican de nuevo a la Iglesia.

La humildad y la actitud de considerar a los demás como superiores a uno mismo
En Filipenses 2:2-4, Pablo expone de forma más específica: “completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por rivalidad o por vanagloria, sino con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a sí mismo”. Aquí se halla un principio esencial de cómo la Iglesia puede mantenerse unida y crecer después de resolver un conflicto. El pastor David Jang destaca la importancia de la “humildad” y de “considerar a los demás como superiores”. Muchos conflictos en la Iglesia no se desatan por asuntos cruciales, sino por malentendidos menores, pretensiones vanidosas o rivalidades que desembocan en choques emocionales. En ese contexto, la “humildad” es indispensable.

Pablo insta a evitar toda “rivalidad o vanagloria” en nuestras acciones. El pastor David Jang comenta que muchos desacuerdos eclesiásticos surgen porque alguien insiste: “Tengo la razón” o “¿Por qué no se toma en cuenta mi opinión?”. Cuando una parte defiende su postura, la otra se siente amenazada y responde a la defensiva, endureciéndose mutuamente hasta extremos peligrosos. Frente a esto, Pablo enseña: “sino con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a sí mismo”. No se trata de considerar que la otra persona posea de hecho más capacidades, sino de tomar la decisión de honrarla.

El pastor David Jang admite que “este acto de determinación no es sencillo”. Emociones como la injusticia, el enojo o el orgullo nos controlan, y tememos: “¿No saldré perdiendo si cedo un poco?”. No obstante, al obedecer la instrucción de Pablo de “no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”, se fortalecen los lazos y el sentido de comunidad. El pastor David Jang conecta este pasaje con Gálatas 6:2: “llevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. Es decir, no basta con soportar nuestra propia carga: hemos de ayudar también a los demás con la suya. De esta manera, la Iglesia se solidifica y disminuye la frecuencia de los conflictos.

En la práctica, por supuesto, cabe preguntarse hasta qué punto podemos o debemos ayudar a otros con sus cargas. Por ello, el pastor David Jang sugiere que, en el culto dominical o en las reuniones en grupo, se cree un ambiente donde se conozcan a fondo las situaciones personales de cada uno. Si ignoramos las circunstancias de los demás, incluso un comentario bienintencionado puede resultar hiriente. En cambio, al saber que alguien atraviesa un momento duro, podemos pensar: “Así reacciona porque está pasando por un período complejo”. Y con ello evitamos roces innecesarios. Cuando la Iglesia cultiva de forma constante esta consideración mutua, si aparecen conflictos, contará con un fundamento sólido para buscar la reconciliación.

El pastor David Jang recalca que, al repetir tales prácticas, se forja un ambiente en el que “considerar a los demás como superiores a uno mismo” se convierte en un hábito. En consecuencia, ya no se pelea por quién ocupa la posición más alta. Paradójicamente, cuando abandonamos el orgullo y la arrogancia, la Iglesia se fortalece y se vuelve más sana. Es entonces cuando se comprende la exhortación de Pablo desde la cárcel: “completad mi gozo”. Si la iglesia de Filipos se mantuviera unida, sin divisiones, Pablo, a pesar de su confinamiento, recibiría un gran regocijo. Y ese es el anhelo esencial para cualquier Iglesia en cualquier tiempo.

Además, el pastor David Jang afirma que una iglesia que practica la humildad y edifica al prójimo se transforma en un testimonio vivo del evangelio ante la sociedad. Si en la iglesia abundan las discusiones, la gente se burla: “¿No se supone que debían amarse? ¿Por qué tanta disputa?”. Por el contrario, si la Iglesia enfrenta y supera los conflictos con amor y servicio, el mundo percibe la fuerza del Espíritu Santo y la mente de Cristo presentes en ella. Así, el mensaje de Filipenses 2 no se limita a solventar problemáticas internas, sino que ejerce un impacto decisivo en la misión de proclamar el evangelio al entorno.

La mente de Cristo y la restauración de la Iglesia
En Filipenses 2:5, Pablo declara: “Haya, pues, en vosotros esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús”. El pastor David Jang resalta este versículo al afirmar que la Iglesia solo puede sanar sus fracturas y heridas si adopta verdaderamente “la mente de Cristo”. Esa mente incluye humildad, sacrificio, compasión y misericordia, cualidades que se encarnan en Aquel que, siendo en forma de Dios, se despojó y tomó forma de siervo, obedeciendo hasta la muerte en la cruz (Filipenses 2:6-8). En este “himno” de Filipenses 2, Pablo describe cómo Cristo, el Hijo de Dios, renunció a toda gloria para salvar a los pecadores.

Tener la mente de Cristo no solo es esencial para resolver disputas dentro de la iglesia, sino para afrontar toda clase de pruebas en la vida cristiana. El problema radica en que no resulta fácil llevarlo a la práctica. El pastor David Jang señala en sus sermones: “Ante la menor fricción, nos enojamos con rapidez, nos dejamos llevar por las emociones y nos apresuramos a destacar nuestra injusticia antes que ocuparnos del prójimo”. Precisamente en esos momentos deberíamos seguir el camino de Cristo, el de la “negación de uno mismo”, pero nuestra naturaleza humana se resiste. Por eso, es frecuente que las partes en disputa sigan rumbos paralelos sin ceder, incluso dentro de la Iglesia.

No obstante, cuando la “mente de Cristo” penetra de verdad en nosotros, emerge una clase de restauración completamente distinta. Al orar en el Espíritu y meditar sobre la humildad y el sacrificio de Cristo, antes de señalar los errores del otro hacemos un examen personal y reconocemos nuestras propias faltas. El pastor David Jang describe esta experiencia como “un encuentro con el propio corazón”. Sin negar que hemos sido heridos, también nos preguntamos: “¿No seré yo quien primero despreció o dañó al otro?”. En ese instante, nuestro orgullo y nuestra ira se disuelven gracias a la gracia del Espíritu Santo. Al reflexionar en el sacrificio de Cristo, surge la conciencia de que “el Señor se rebajó así por un pecador como yo… ¿cómo, entonces, no voy a acoger a mi hermano o hermana en la fe?”.

Cuando la Iglesia en su conjunto adopta esta mentalidad, no solo se resuelven las disputas, sino que las relaciones se fortalecen y maduran. A lo largo de la historia de la Iglesia se han repetido situaciones de personas que se odiaban y acabaron reconciliándose sinceramente, llegando incluso a convivir en mayor cercanía que antes. El pastor David Jang denomina este fenómeno “el beneficio paradójico que puede proporcionar un conflicto”, pues, a pesar de que genera dolor, si se lo soluciona con la mente de Cristo, la Iglesia se embellece y crece espiritualmente.

Esto explica también el ruego de Pablo a la iglesia de Filipos: “completad mi gozo”. Filipos fue la primera ciudad de Europa donde se predicó el evangelio, donde Lidia y otras mujeres comenzaron con una pequeña reunión de oración que terminó expandiendo la Palabra por la región. Pablo sentía un gran cariño por esta iglesia y la consideraba su “corona”. Saber que esa congregación se dividía mientras él estaba preso fue un enorme sufrimiento para él. Por eso, en su carta, los exhorta apasionadamente a recobrar la mente de Cristo y a reconciliarse. Aun con tensiones de por medio, si la armonía y el amor triunfaban, Pablo experimentaría un gozo pleno que trascendería su encarcelamiento.

El pastor David Jang aplica este mismo mensaje a las numerosas disputas que enfrenta hoy la Iglesia: “Cuando la Iglesia se divide, ¿cuánto dolor le causamos a nuestro Señor Jesús?”. La Iglesia es la comunidad que Cristo compró con Su propia sangre y está llamada a proclamar el amor de Dios al mundo. Pero si se ve atrapada en conflictos internos y actitudes hostiles, abandona su razón de ser. En cambio, si la Iglesia regresa a “la mente de Cristo” y se esfuerza por sanar las heridas mediante debates profundos y un arrepentimiento genuino cuando sea necesario, se convierte en una comunidad más firme y plena que antes del conflicto, algo que la historia cristiana confirma una y otra vez.

Además, cuando la Iglesia practica la mente de Cristo, el mundo atestigua el poder real del evangelio. El pastor David Jang explica que, en vez de ocultar las disputas o fingir una falsa armonía, si la Iglesia opta por confesar sus errores y abrazarse en el amor, la sociedad descubre que “la Iglesia es un lugar donde es posible reconocer nuestras faltas y recibir el apoyo mutuo de manera sincera”. De este modo, el evangelio cobra más fuerza ante quienes lo contemplan, porque la Iglesia no se limita a hablar de amor, sino que lo vive en la práctica.

En suma, el mensaje que Pablo dirigió a la iglesia de Filipos hace dos mil años sigue vigente en la Iglesia de hoy. En sus predicaciones y conferencias, el pastor David Jang ha insistido en los cuatro componentes de Filipenses 2 —la amonestación, el consuelo de amor, la comunión del Espíritu y la misericordia— como pasos imprescindibles para sanar los conflictos, todos ellos unidos por “la mente de Cristo”. Por intensos que sean los desacuerdos, si la Iglesia mantiene esta perspectiva, podrá superar sus divisiones y resurgir como una comunidad más madura. El modo en que la Iglesia gestione sus disputas determinará si el evangelio sigue comunicando vida a las almas, o si se genera desilusión y alejamiento de la fe. Por eso, la experiencia de la Iglesia de Filipos es sumamente instructiva para nosotros.

Todos somos frágiles y propensos al error. Sin embargo, el pastor David Jang destaca que esa misma vulnerabilidad puede fortalecer la Iglesia, siempre y cuando cada miembro, con humildad, se esmere en honrar al prójimo y asimilar la naturaleza de Cristo en lo más profundo del corazón. De esa forma, el conflicto se transforma en un camino hacia el crecimiento espiritual. Igual que Pablo, preso pero pendiente de los desacuerdos en la Iglesia, escribió a los filipenses para “amonestarlos” y “alentarlos”, hoy los líderes y los fieles de la Iglesia deben mantener la misma actitud de respeto mutuo.

Al final, la frase de Pablo en Filipenses 2 —“Haya, pues, en vosotros esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús”— no solo alivia las disputas, sino que define la dirección esencial de toda comunidad de fe. El pastor David Jang se ha mantenido firme en este mensaje mientras sirve a numerosas congregaciones y acompaña a quienes han quedado heridos tras divisiones. En el centro permanece siempre “la mente de Cristo”. Cuando la Iglesia comparte este sentir, el mundo puede ver en ella el amor de Dios y percibir el poder salvador del evangelio. Si, en sus inicios, la iglesia de Filipos —fundada con el fervor de Lidia y otras mujeres— fue ensombrecida por un conflicto, la “medicina definitiva” de Pablo fue exhortarlos a “imitar a Cristo”. Esta sigue siendo la enseñanza inquebrantable que el pastor David Jang promueve hoy. Cuando la Iglesia se rinde a la humildad y al amor mutuo, el conflicto se convierte en el punto de partida para una nueva unidad, y así la congregación puede llenarse de ese “gozo” que Pablo anhelaba, ante nuestros propios ojos.

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