El poder tiránico y el despertar espiritual – Pastor David Jang


1. La época del rey Herodes tiránico y el significado de Belén

El pastor David Jang, en un devocional de Cuaresma sobre Mateo 2, destaca que este capítulo comienza con la frase: “Cuando Jesús nació en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes”. A primera vista, parece un simple enunciado, pero encierra una profunda implicación histórica y espiritual. De hecho, el momento en que Jesús vino a la tierra para salvar a la humanidad coincidió con el gobierno de un monarca conocido por su crueldad y perversidad: Herodes. Se sabe que Herodes utilizaba métodos despiadados para preservar su poder. Según registros históricos, temía que, al morir, el pueblo celebrara su fallecimiento; por eso dejó en su testamento la orden de ejecutar simultáneamente a personas reconocidas, de manera que, en el día de su muerte, también hubiera llanto. Además, existe la tradición de que dio muerte a cientos de jueces del Sanedrín y que, si sospechaba de algún familiar o allegado, lo eliminaba de inmediato, mostrando así su extrema crueldad. En esta época, bajo el mando de un “rey falso”, fue cuando nació Jesús. Mateo yuxtapone esa realidad oscura con la alegre noticia del nacimiento de Cristo para subrayar que el Salvador no vino en un entorno tranquilo o romántico.

Si profundizamos en el trasfondo histórico, Judea estaba sometida al Imperio romano, que, para gobernar de manera eficiente distintas regiones, a veces enviaba gobernadores y, en otras ocasiones, nombraba reyes títeres para ejercer un control indirecto. Herodes el Grande gobernó Israel (Judea) con el beneplácito del Imperio romano desde un tiempo antes del nacimiento de Jesús. Aunque fue un gran estratega político, también fue extremadamente violento y cruel. Cuando enfermó y vislumbró su muerte, temiendo la alegría del pueblo al conocer la noticia, ordenó que se matara a varios hombres influyentes y queridos, para que hubiese llanto el mismo día de su fallecimiento. Esta y otras historias relacionadas con su brutalidad se mencionan en múltiples registros. En el libro de los Hechos leemos incluso: “Al instante un ángel del Señor lo hirió, por cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos” (Hch 12:23), una referencia al trágico fin de la dinastía herodiana (sobre todo Herodes Antipas y Herodes Agripa). Sin embargo, el “rey Herodes” que aparece en Mateo 2 figura como el más infame de esa estirpe.

Jesús nació, pues, en un tiempo marcado por la muerte y el terror, cuando un falso rey dominaba. Hoy en día, muchas personas celebran la Navidad de un modo romántico: con fiestas, villancicos, luces y obsequios, pero la situación que describe el texto bíblico dista mucho de ser idílica. Mateo presenta el crudo entorno histórico y, a la vez, proclama que la luz de la salvación brilla con más fuerza precisamente en medio de esa oscuridad.

El lugar de nacimiento de Jesús fue “Belén de Judea”, la ciudad natal de David. Para los judíos, Belén no era un simple pueblo rural, sino un símbolo vinculado al linaje real de David, la llamada “Ciudad de David”. Ya en el Antiguo Testamento, diversas profecías consolidaron la expectativa de que el Mesías, “Rey de los judíos”, surgiría de la descendencia de David. Que Jesús naciera en Belén no solo resultaba profundamente significativo para Israel, sino que, al mismo tiempo, transmitía un mensaje paradójico: el Mesías no apareció en una gran ciudad ni en un palacio fastuoso, sino en una localidad humilde y desdeñada, subrayando el sentido más genuino de la encarnación.

Cabe añadir que “Belén” (Bethlehem) significa “Casa del Pan” (House of Bread). En Juan 6, Jesús se define como el “Pan de Vida” (“Yo soy el pan vivo que descendió del cielo”). Desde esta perspectiva, que el “Pan de Vida” naciera en la “Casa del Pan” reviste un hondo significado. El Salvador que vino a darnos “alimento celestial” nació, simbólicamente, en ese “horno de pan”, lo cual alude a la meticulosa provisión de Dios a lo largo de la historia de la salvación.

En el texto se enfatiza también la expresión “nació” (“Cuando Jesús nació en Belén de Judea”). Esta palabra señala que Cristo no se manifestó como un ente meramente espiritual que descendió de improviso sobre una nube, sino que vino al mundo en un lugar y momento históricos concretos. Sobre la base de Daniel 7, los judíos esperaban que el Mesías llegara entre nubes gloriosas (una expectativa que se cumplirá con mayor claridad en la segunda venida). Sin embargo, durante su primera venida llegó de manera sencilla, hecho niño, y esto fue un sorprendente vuelco. Mateo destaca así la realidad y el carácter histórico de su nacimiento.

El hecho más sorprendente es que los primeros en percibirlo no fueron los líderes religiosos de Judea (sumos sacerdotes, escribas, maestros de la Ley), sino unos magos de Oriente. Paradójicamente, no se trató de los guardianes de la religión oficial judía, sino de eruditos extranjeros que estudiaban los astros. “Vimos salir su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo” (Mt 2:2). Esta confesión de los magos muestra que los gentiles, antes que los jefes judíos, descubrieron y reconocieron el nacimiento del Mesías, y se pusieron en camino para adorarlo.

En este punto, el capítulo 2 de Mateo plantea una pregunta contundente: “¿Por qué los líderes religiosos de Israel, que durante siglos habían estado esperando al Mesías, no lo reconocieron cuando finalmente llegó?”. Y esa misma interrogación también se dirige hoy a nosotros. Aunque alguien lleve mucho tiempo en la iglesia, posea conocimientos teológicos y participe activamente en diversas prácticas de fe, podría vivir sin discernir en absoluto la obra de Dios, cayendo en un letargo espiritual. El texto advierte de este peligro.

Los magos de Oriente, quizá astrólogos o estudiosos de los astros, mostraron una especial receptividad a las señales celestiales y, al detectar un fenómeno fuera de lo común, emprendieron un largo viaje para encontrar al “Rey de los judíos”. El hecho de que fueran gentiles quienes dieran con el Mesías, en vez de los líderes judíos guardianes de la ortodoxia, pone en evidencia la ignorancia y la apatía espiritual del “pueblo elegido”. Mateo denuncia así la gravedad del estado espiritual en que se hallaba el Israel de aquel entonces.

Cuando evocamos el relato del nacimiento de Jesús con una visión meramente romántica, solemos pensar en “el Niño en el pesebre”, “los obsequios de los magos” o “los pastores en el campo”, imágenes entrañables y cálidas. Sin embargo, Mateo no elude el trasfondo de horror, violencia, intrigas políticas y “oscuridad espiritual”. Con ello, subraya cuán sombrío y corrompido era el mundo en el que tuvo lugar este drama de salvación. El pastor David Jang también ha insistido a menudo en que el nacimiento de Cristo no fue un hecho idílico, sino que sucedió en medio de una contienda espiritual real. Destaca que, aunque su venida estuvo lejos de ser pacífica, el hecho de que Dios irrumpiera en la historia humana es precisamente lo que nos da esperanza.

Además, si volvemos a reflexionar sobre Belén, la ciudad donde nació Jesús, vemos que no solo se la llama la “Ciudad de David”, sino también la “Casa del Pan”, reforzando la riqueza de su simbolismo. Del mismo modo que el hambre física del ser humano se satisface con pan, el hambre espiritual de la humanidad solo se sacia con el “Pan de Vida”, Jesucristo. Que Jesús naciera en Belén declara, de manera solemne, que vino para remediar la carencia más honda de nuestra condición humana.

Pero, paradójicamente, Belén era irrelevante a ojos de los poderes de aquel tiempo, un lugar pequeño y despreciado. Tal como señala la profecía: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá…” (Miq 5:2), el plan de salvación de Dios avanza a menudo en dirección opuesta a la lógica mundana. Con su llegada, el reino de Dios empezó de modo humilde y paradójico, expandiéndose desde los márgenes hacia todo el mundo. Y fueron los magos de Oriente, no los judíos, quienes intuyeron el acontecimiento y acudieron a celebrarlo, prefigurando así la expansión del evangelio a todas las naciones.

La pequeña frase de Mateo 2:1, que nos habla de la crueldad de Herodes, del simbolismo de Belén y de la dimensión histórica del “nacimiento” de Jesús, muestra de manera extraordinaria la grandeza de la salvación: la confrontación entre el rey falso y el Rey verdadero, entre el poder humano que presume de su fuerza y el Mesías que llega en humildad, y entre el pueblo elegido sumido en la ceguera espiritual y los gentiles que perciben la luz. Todos estos elementos componen un poderoso “drama de paradojas” que Mateo expone con intención en este capítulo.

El pastor David Jang, por su parte, insiste en la confrontación entre el gobernante tiránico que simboliza la oscuridad del poder y el Mesías acostado en un pesebre, como una “colisión sagrada” que expresa la esencia misma del evangelio. Aunque Cristo vino en la forma más humilde, fue esa misma humillación la que acabó con el poder del pecado y la muerte. Y no se trató de un “evento histórico” aislado, sino de una verdad que sigue manifestándose hoy, rompiendo la soberbia y la tiniebla en cada vida que Él toca.

El nacimiento en Belén nos lanza una pregunta crucial: “¿A qué rey servimos realmente?” “¿Estamos quizá sometidos a un rey falso, convencidos de que podemos regir nuestras propias vidas?” “¿O recibimos al Rey verdadero, Jesús, y rendimos nuestra voluntad delante de Él?” El relato del nacimiento de Jesús no solo evoca la atmósfera navideña, sino que penetra en los recovecos de la fe de cada creyente. Al mismo tiempo, recordar que ni siquiera la brutalidad de Herodes pudo bloquear el plan de Dios —sino que lo visibilizó aún más— nos hace ver que ninguna época tenebrosa ni la desesperanza humana pueden anular la salvación y la verdad divinas.


2. Los magos de Oriente, el despertar espiritual y la lección para nuestra época

En los versículos 1 y 2 de Mateo 2, aparecen los magos de Oriente: “¿Dónde está el que ha nacido rey de los judíos? Porque vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo”. Estos magos, llamados en griego “magoi”, procedían probablemente de Babilonia, Persia u otras zonas orientales, dedicados a observar y estudiar el firmamento, la astronomía o la astrología. Aunque los eruditos discrepan sobre su origen y formación exacta, hay consenso en que se trataba de gentiles ajenos al ámbito judío, convencidos de que el movimiento de las estrellas podía revelar acontecimientos decisivos como el nacimiento de reyes.

Lo que llama la atención es que estos magos no se limitaron a un estudio teórico de los astros, sino que, tras captar señales celestes especiales, emprendieron un viaje largo y peligroso para hallar a quien dicha estrella anunciaba. En su acción se pone de manifiesto una actitud “adoradora” (o de reconocimiento religioso): “Hemos venido a adorarlo”. Para el evangelio de Mateo, este es un elemento esencial: la salvación no se restringe a los judíos, sino que se abre también a los gentiles, y, en muchos casos, la fe de estos últimos deja en evidencia la ignorancia o arrogancia de los supuestos “escogidos”.

Cuando los magos preguntaron a Herodes: “¿Dónde está el que ha nacido rey de los judíos?”, él sintió temor y cólera, y toda Jerusalén se turbó con él (Mt 2:3). Esta conmoción pudo originarse por dos causas. Primera, la amenaza política: la aparición de un “Rey de los judíos” cuestionaba la legitimidad del trono de Herodes. Segunda, la confusión y la incredulidad espirituales: quienes conocían la profecía sobre el Mesías quedaron perplejos ante la noticia de “su llegada”.

Lo más destacado es que, a pesar de que los sumos sacerdotes y escribas revisaron la profecía de Miqueas 5 y confirmaron que el Cristo habría de nacer en Belén, ellos mismos no se movilizaron para buscarlo. Aunque conocían la “respuesta correcta”, no emprendieron la peregrinación para adorarlo. Mientras tanto, los magos extranjeros, sin herencia judía, no dudaron en hacer un viaje largo y costoso. Este contraste es uno de los aspectos centrales en Mateo 2.

Hoy afrontamos el mismo peligro. Asistimos a la iglesia, estudiamos la Biblia y quizás poseemos algún conocimiento teológico; sin embargo, podríamos carecer de una “obediencia en acción” a la Palabra de Dios. Decimos reconocer a Cristo como Rey, pero en la práctica no nos movemos en la dirección de la adoración real y de la sumisión. La historia de los magos de Oriente cuestiona a los creyentes: ellos, pese a su trasfondo cultural y religioso distinto, se pusieron en camino con pasión y valentía en busca de la verdad y el Rey verdadero.

La actitud de los magos demuestra que la revelación de Dios puede llegar a cualquier lugar y que el verdadero adorador es aquel que responde con sensibilidad y se pone en movimiento. Mientras los líderes del “pueblo elegido” vivían en la ceguera sobre el nacimiento del Hijo de Dios, estos sabios recorrieron cientos de kilómetros hasta llegar a Jerusalén. El pastor David Jang insiste en que lo decisivo es “una atención espiritual despierta y la valentía de actuar conforme a ella”. Suele advertir que, incluso en la iglesia, las personas pueden quedar atrapadas en los engranajes del poder o en la mera liturgia, olvidando a Dios vivo y su Palabra efectiva.

Finalmente, los magos llegaron a Belén, adoraron al Niño Jesús y le ofrecieron oro, incienso y mirra (Mt 2:11). Estos dones suelen interpretarse como símbolos de la realeza (oro), la divinidad o sacerdocio (incienso) y la muerte (mirra), apuntando a la futura crucifixión. Mateo registra que fueron gentiles quienes adoraron primero a Jesús para remarcar que Él es el Salvador no solo de los judíos, sino de toda la humanidad. Más tarde, Jesús confirmaría esta universalidad cuando dijo: “Id y haced discípulos a todas las naciones” (Mt 28:19).

¿Qué representa entonces Herodes en este relato? Es la imagen del poder terrenal, la violencia, el miedo y la obsesión por mantener los propios privilegios. Herodes, en un principio, fingió querer adorar al Niño, diciendo a los magos que le indicaran su paradero (Mt 2:8). Pero su auténtico plan era eliminarlo. Así actúan con frecuencia los poderes de este mundo, usando el engaño y la fuerza para rechazar al verdadero Rey. Más tarde, al frustrarse su plan, Herodes ordenó la matanza de todos los niños menores de dos años en Belén (Mt 2:16). Con ello se cumplió la profecía de Jeremías 31:15: “Voz fue oída en Ramá… Raquel que llora a sus hijos”, un episodio trágico.

También hay que prestar atención a la pasividad o indiferencia de los líderes religiosos y del propio pueblo. Cuando los magos dijeron: “Hemos visto su estrella y venimos a adorarlo”, los eruditos judíos buscaron la profecía adecuada, contestaron con seguridad “en Belén”, pero ninguno se dispuso a ir allá. Tal vez su supuesto dominio de la Ley y los Profetas los había vuelto presuntuosos, bloqueando su sensibilidad ante el “cumplimiento” real y presente de lo anunciado. Mateo alerta a la iglesia actual contra ese mismo riesgo.

Una de las grandes advertencias de esta escena es que “afirmar que ya vemos y sabemos” podría, en realidad, cegarnos espiritualmente (cf. Jn 9:41). Tras muchos años en la iglesia, estudiando la Biblia y la teología, es fácil convencerse de que “ya lo sabemos todo”, sin notar que Dios sigue actuando hoy. Mientras, gente ajena al ámbito eclesiástico puede mostrar mayor receptividad y obediencia. Los magos de Oriente son un ejemplo de esto.

El pastor David Jang ha recalcado en numerosas ocasiones que, cuando la iglesia pierde la escucha atenta a la voz de Dios, personas o movimientos externos, anhelantes de la verdad, pueden surgir para interpelarla, e incluso despertarla. Esta es una advertencia sobre la institucionalización y el formalismo que pueden apagar la vitalidad espiritual. La iglesia ha de reflejar el “reino de Dios” y ser luz en el mundo. Pero si se enreda en mantener su propio sistema y poder, podría repetir la actitud de Herodes y sus aliados, quienes vieron al Mesías como amenaza para su estatus.

Por eso, el ejemplo de los magos de Oriente resulta tan valioso para comprender lo que es un “auténtico adorador”. Primero, no se quedaron en meras teorías: siguieron la estrella y realizaron el recorrido. Segundo, entregaron sus tesoros (oro, incienso y mirra), mostrando su reconocimiento de la realeza y santidad de Jesús. Tercero, tras adorarlo, “regresaron por otro camino” (Mt 2:12), obedeciendo la indicación divina recibida en sueños. Ese “otro camino” simboliza la conversión radical, el cambio de dirección que implica someterse al plan de Dios.

Hoy también necesitamos la decisión de “regresar por otro camino”. Quien realmente encuentra a Jesús no puede volver a la ruta de la ambición, el engaño o la complicidad con los Herodes de turno. Hemos de apartarnos de los valores mundanos para someternos a la autoridad de Cristo. Esa es la esencia de la adoración y la enseñanza fundamental que nos dejan los magos de Oriente.

La escena más trágica del relato es la matanza de los niños en Belén (Mt 2:16-18). Aun así, Dios protege la vida de Jesús y su misión salvadora continúa, demostrando que ningún poder terrenal puede quebrantar los designios divinos. Este pasaje nos recuerda que el plan de salvación no tiene lugar en un escenario seguro y sin conflictos, sino en el centro mismo de los dramas humanos. Jesús vino como un Niño indefenso, perseguido desde su nacimiento, y luego, en su ministerio, tuvo que enfrentar la oposición de fariseos y escribas, para finalmente morir crucificado. Por eso, el evangelio no encierra un mensaje romántico, sino la irrupción poderosa de Dios en un mundo colmado de oposición y tinieblas.

El pastor David Jang, basándose en este capítulo, pregunta con frecuencia: “¿Cómo discernimos la realidad de nuestro tiempo a la luz de Mateo 2?”. Al igual que en la época de Herodes, hoy también existen poderes oscuros que se presentan como “reyes”. El materialismo, la codicia, la vanagloria, la manipulación… pueden confundirnos y apartarnos de la voz de Dios. Y la iglesia tampoco es inmune. Si no reconocemos efectivamente a Cristo como Rey y le damos el primer lugar, sino que nos conformamos con rituales y estructuras, corremos el riesgo de repetir la historia de Herodes, que protegía sus intereses a toda costa.

No obstante, así como los magos de Oriente hallaron al Salvador, Dios sigue guiando a quienes lo buscan con sincero deseo de adorarlo, ya estén dentro o fuera de la iglesia. El factor decisivo es tener un corazón dispuesto para el Rey Mesías. De hecho, Dios puede revelarse de formas sorprendentes; y quienes responden a esa revelación se convierten en auténticos adoradores. Este es un serio llamado de atención para quienes, en la iglesia, se confían en sus tradiciones o en su veteranía, olvidando que Dios se mueve más allá de nuestros esquemas.

La gran interrogante que nos deja Mateo 2 es: “¿Qué respuesta daremos ante la venida de Jesús?”. ¿Reaccionaremos como Herodes, dominados por el miedo y los celos, aferrados a nuestro poder? ¿O adoptaremos la pasividad de los líderes judíos, que conocían la teoría, pero no se movieron a adorar al Mesías? ¿O, por el contrario, seremos como los magos de Oriente, que siguieron las señales, hicieron un largo viaje y ofrecieron adoración y obediencia? Estas preguntas no se limitan al Israel del siglo I, sino que atraviesan la conciencia de cada creyente hoy.

El pasaje de la matanza de los inocentes revela también que la salvación no evita el dolor ni el costo humano. Junto a la alegría de pastores y magos que adoran al Niño, se dio el llanto de familias que perdieron a sus hijos. Sin embargo, incluso en medio de ese sufrimiento, el plan divino prosiguió, mostrando que nada detiene la redención de Dios. La historia de Jesús avanza hasta la cruz y la resurrección, abriendo el camino de salvación universal. Mateo 2 es, de algún modo, un “modelo en miniatura” de la dinámica del reino de Dios, que emerge y avanza en medio de un mundo hostil.

Así pues, el relato de Mateo 2 no se agota en un acontecimiento del pasado, sino que confronta nuestra realidad presente. “Si Jesús viniera hoy, ¿lo reconoceríamos?” “¿Lo adoraríamos como los magos o lo rechazaríamos por miedo o tradición?” “¿Nuestro saber religioso se ha convertido en un obstáculo para la acción de Dios?” Estas no son cuestiones exclusivas de la temporada navideña; nos interpelan permanentemente.

El pastor David Jang recalca que quienes proclaman creer en la “segunda venida” deben meditar seriamente en Mateo 2. Podríamos pregonar que “anhelamos su retorno”, pero a la vez estar tan apegados a los moldes heredados que no percibiéramos la nueva intervención de Dios. Seríamos iguales a los líderes judíos que ignoraron el nacimiento del Mesías. Por eso la iglesia necesita velar en la Palabra y la oración, discerniendo los tiempos.

La “sensibilidad y entrega” que manifiestan los magos de Oriente es, así, un ejemplo brillante. Aun siendo astrólogos gentiles, con conocimientos parciales, reaccionaron a los indicios divinos y se esforzaron por encontrar a Jesús. Esto interroga a quienes creen “saberlo todo” por llevar años en la fe. Alguien podría presumir: “Ya sé todo sobre la Biblia y la iglesia”, y, sin embargo, haber cerrado su corazón. Los magos, en cambio, seguían buscando, investigando y avanzando hasta postrarse ante el Rey.

En Mateo 2 contemplamos un mundo lleno de injusticia y violencia; y, precisamente allí, nace el Hijo de Dios, trayendo luz para todos. Herodes maquina sus planes, muchos niños padecen una muerte injusta, pero el propósito de Dios no se interrumpe. Lo mismo sucede hoy. Abundan las “fuerzas herodianas” basadas en la mentira, el egoísmo y la opresión. Pero, así como entonces Él guio a los magos y protegió al Niño, también hoy sostiene su obra redentora y llama a adoradores fieles. La iglesia es la comunidad llamada a exaltar al Rey verdadero, aun si el precio sea la oposición o el sufrimiento.

En definitiva, la confrontación descrita en Mateo 2 (Herodes vs. Jesús, líderes religiosos vs. magos de Oriente) se repite una y otra vez en la historia de la salvación. Aceptar a Jesús como Mesías conlleva un choque con los sistemas del mundo y con la soberbia religiosa. Pero Dios siempre se abre camino entre quienes le buscan. Así contemplamos el plan divino que se encarna en la historia humana. Por ello, la vida de fe no es una simple confesión puntual, sino un viaje continuo de vigilancia y rendición.

Hoy la iglesia y cada creyente deben usar este pasaje como espejo. “¿Estamos listos para seguir la señal divina como los magos?” “¿Se ha vuelto nuestra erudición bíblica un motivo de orgullo que nos ciega ante la acción fresca del Señor?” “¿Qué haremos cuando Dios se manifieste de modo imprevisible?” El pastor David Jang señala que la “verdadera renovación de la iglesia” ocurre cuando surgen personas “despiertas” que se encaminan a adorar a Cristo como Rey vivo. Y, a veces, quienes llevan mucho tiempo en la iglesia deben dejar la comodidad y el orgullo para aprender del fervor de los nuevos, tal como los magos superaron a los “eruditos” judíos en perspicacia espiritual.

La pregunta “¿Dónde está el que ha nacido rey de los judíos?” (Mt 2:2) sigue resonando. Jesús ya vino y desea habitar en medio de nosotros. ¿Lo reconocemos de veras como nuestro Rey? ¿Le rendimos adoración auténtica? Esto no se demuestra solo con palabras, sino con la vida de obediencia y adoración que llevamos. El plan de salvación iniciado con el llanto de un bebé en Belén —la “Casa del Pan”— se extendió hasta los confines de la tierra, y hoy continúa llegando a numerosos pueblos, naciones y generaciones que proclaman a Cristo como su Señor. ¿Formamos parte de ese plan redentor o somos meros espectadores?

Mateo 2 transmite un mensaje tan profundo como concreto. Expone el poder brutal del mundo, la arrogancia religiosa, la ceguera espiritual y, al mismo tiempo, la búsqueda sincera de la verdad por parte de los magos. Y allí se erige el verdadero Rey, Jesús, que no nace en un palacio, sino en un pequeño pueblo llamado “Casa del Pan”. Desde ese lugar humilde, su llanto anuncia la instauración del reino de Dios. Quien lo reconoce y lo sigue halla gozo y salvación; quien lo rechaza, experimenta un fin tenebroso, como el de Herodes. Así se nos invita a unirnos a la adoración de los magos, que ofrecieron todo de sí a aquel Niño.

“Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lc 2:11). Este anuncio no quedó detenido en el pasado, sino que continúa resonando en nuestro interior. Quien se acerca a Él con un corazón sincero halla el Pan de vida, el agua viva y la realidad del reino de Dios. Si asumimos el desafío de Mateo 2, haremos nuestra la confesión de los magos: “Hemos venido a adorarlo”. Y este es precisamente uno de los llamados más fundamentales de la iglesia en cualquier época. La actitud de los magos y la represión de Herodes reflejan el conflicto entre el verdadero Rey y los poderes falsos, un conflicto que también afecta nuestro presente. La advertencia es clara: hemos de despertar espiritualmente, resistir los “Herodes” que pretenden enseñorearse de nosotros y buscar al Mesías para adorarlo. Ojalá respondamos con fidelidad a esta llamada.

www.davidjang.org

Leave a Comment