Pastor David Jang, Mateo 13 y el Reino de Dios


Las parábolas de Mateo 13 no son fórmulas teológicas herméticas, sino relatos cotidianos que iluminan cómo inicia, crece y se consuma el Reino de Dios. Escenas tan comunes como un sembrador en su campo, la levadura mezclada en la masa o una red lanzada al mar traducen la vida del Reino a decisiones ordinarias. Según el pastor David Jang, estas historias nos sacan del “ritual dominical” y nos invitan a vivir la fe como un estilo de vida que reordena hábitos, relaciones, trabajo y esperanza. La promesa del Antiguo Testamento se cumple en Jesucristo, y ese cumplimiento no es solo doctrina: es potencia transformadora para el presente.

Entender el marco previo aclara la intención de Jesús. En Mateo 11, Juan el Bautista, encarcelado, pregunta: “¿Eres tú el que ha de venir?” No es cinismo; es la angustia de quien pisa el umbral entre dos épocas. Jesús responde con señales, no con retórica: los ciegos ven, los cojos andan y a los pobres se les anuncia la Buena Nueva. Para el pastor Jang, ese es el punto de inflexión donde la era antigua se desvanece y la nueva irrumpe. Juan representa al último que espera; los discípulos, a los primeros que siguen. En ese contexto, la frase “el reino de los cielos sufre violencia” no legitima agresividad, sino decisión sin dilación: cuando uno se planta frente al evangelio con resolución, la puerta de la nueva era se abre. Precisamente entonces, Jesús despliega —mediante parábolas— el mapa del Reino.

El punto de partida del Reino es la semilla de la Palabra. El campo es el corazón y la comunidad. Si el suelo está endurecido como el camino, la Palabra se arrebata con facilidad; si es pedregoso, la semilla brota pero se seca bajo la tribulación; si hay espinos de preocupaciones y codicia, la vida de la Palabra se asfixia. La tierra buena es el corazón ablandado por el arrepentimiento, donde la semilla puede echar raíces.

El pastor Jang subraya el “hábito de arar el corazón” junto a la escucha diligente. ¿Cómo se ara? Con oración silenciosa, meditación sostenida, obediencia en lo pequeño, diálogo honesto y moderación que despoja vanidades. Quizá el fruto tarde en verse, pero la semilla vive y su tiempo llega. A nosotros nos toca acumular días de confianza más que de impaciencia, perseverando en prácticas que cuidan el suelo interior.

En la parábola de la cizaña, un enemigo siembra mala hierba en un campo de trigo. La reacción humana es arrancarla cuanto antes, pero el dueño ordena esperar hasta la cosecha para no dañar el trigo. Esta escena responde con realismo a la mezcla que vemos en la iglesia y en el mundo. Para Jang, se trata de reconocer los límites del discernimiento humano: debemos aferrarnos a la verdad, sí, pero con la humildad de no etiquetar personas a la ligera. El juicio final pertenece a Dios; mientras tanto, la paciencia y la oración protegen el proceso. En lugar de desanimarnos por la cizaña o enorgullecernos por creernos trigo, lo primero es confirmar la dirección del crecimiento hoy. La justicia se manifestará, y hasta entonces, la misericordia sostiene el tiempo.

El Reino se expande y transforma desde lo pequeño. El grano de mostaza, ínfimo al comienzo, termina ofreciendo sombra y nido. La levadura, poca, fermenta toda la masa. Traducido al presente, el grano de mostaza representa la red de relaciones que se extiende; la levadura, la infiltración cultural de valores del Reino. Elecciones discretas —honestidad sin espectáculo, hospitalidad silenciosa, intercesión constante— se multiplican hasta alterar el “sentido común” y las instituciones.

El pastor Jang invita a creer en este principio: más que obsesionarse con números y escala, hay que sembrar y mezclar lo pequeño pero esencial. La fidelidad mínima del hoy llega a ser la gran sombra y el aroma que otros respiran mañana. Así, el cristiano aprende a valorar procesos largos, invisibles, pero fecundos.

Las parábolas del tesoro y la perla describen una reconfiguración de prioridades. Quien encuentra el tesoro y el mercader que halla la perla de gran valor venden todo con alegría. La clave no es el costo, sino la alegría; no es una renuncia forzada, sino una elección natural cuando se ha visto algo mejor. Jang advierte: el evangelio no es una opciónentre otras, sino el centro desde el cual se reescribe la lista entera.

El discipulado, entonces, no es un fervor pasajero, sino una decisión que reordena el tiempo, el dinero, los talentos y las relaciones. No concluye en el culto dominical: se manifiesta en la equidad en el trabajo, la responsabilidad y el amor en el hogar, la defensa de los débiles y el cuidado de la creación. En la economía del Reino, lo que se “paga con alegría” regresa multiplicado como otra alegría.

La red arrojada al mar recoge de todo. El evangelio invita sin distinción de origen, estatus o pasado. Sin embargo, al final, lo bueno y lo malo se separan: la hospitalidad es amplia, pero el estándar de santidad no se diluye. Ser “pescador de hombres”, enfatiza Jang, no es sumar números sin más; es formar una comunidad donde se aprende entrenamiento, discernimiento, madurez y santidad. No hay gracia barata. La inclusión convive con la claridad moral, y la respuesta gozosa a la gracia se traduce en disciplina de obediencia.

Jesús concluye con la imagen del escriba instruido en el Reino que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas. Para el pastor Jang, el discípulo debe leer la Biblia en tres dimensiones, sosteniendo en unidad Antiguo y Nuevo Testamento, ley y evangelio, tradición y novedad en Cristo. Esa mirada evita falsas dicotomías y nos capacita para responder a los desafíos contemporáneos: problemas sociales, ética, economía, ciencia, cultura, política y educación.

Recordar el orden de la creación y la dignidad humana permite acoger los avances tecnológicos sin instrumentalizar a las personas. El amor al prójimo supera la caridad emotiva y busca la justicia estructural. La sabiduría de administrar lo viejo y lo nuevo no es un ejercicio estético: es poder para transformar la realidad.

Leídas como un flujo, las parábolas revelan tres motores:

  1. La semilla de la Palabra: cambia las capas profundas del individuo y de la comunidad cuando el suelo se ara con arrepentimiento y perseverancia.
  2. La paciencia de Dios: sostiene el tiempo de la historia y de la iglesia, evitando arrancar el trigo con la cizaña y permitiendo procesos de maduración.
  3. La entrega gozosa: reescribe la jerarquía de valores, reorganizando tiempo, dinero, relaciones y trabajo alrededor del tesoro y la perla.

Estos motores funcionan en todas partes: hogar y trabajo, escuela y ciudad, en línea y fuera de línea. Un devocional breve, un informe honesto, la moderación que frena consumos superfluos, la hospitalidad que reserva tiempo para los frágiles, el valor de pedir perdón primero, la reconciliación que restaura vínculos, los hábitos de reducir residuos y cuidar la naturaleza… Son elecciones ordinarias que se esparcen como mostaza y levadura. Lentas pero firmes, invisibles pero efectivas, cambian el paisaje.

Por eso, Jang insiste en mirar la dirección, no obsesionarse con el resultado. El fruto lo da Dios; lo nuestro es fijar la dirección y caminar. El arrepentimiento que ara el corazón establece el rumbo; la paciencia frente a la cizaña mantieneel paso; la alegría de haber visto el tesoro y la perla nos impulsa hasta el final. Podemos dudar como Juan, encadenados a nuestras prisiones reales. En esos momentos, toca revisitar las señales del evangelio: donde los débiles reciben fuerza, los ciegos ven y los abatidos se aferran a la esperanza, allí Jesús está obrando. Seguir esas señales hace que las parábolas se vuelvan lámpara para nuestros pies.

Ahora corresponde a la iglesia en Corea y a los cristianos esparcidos por el mundo traducir y practicar estas parábolas en el lenguaje del presente. La fe se expande de pasatiempo privado a responsabilidad pública. La adoración se convierte en ritmo de vida; la misión, en hospitalidad que honra culturas; el discipulado, en madurez que supera la comparación y la competencia. Como semillas y levadura, nos volvemos centros de servicio para nuestras comunidades locales; aprendemos humildad frente a la cizaña y entrenamos juntos verdad y amor en la red del Reino. La imaginación bíblica que lleva lo viejo y lo nuevo permite conservar la tradición sin endurecerla y buscar la novedad sin perder raíces. El pastor Jang nos exhorta a confiar en el texto y a creer en el cambio lento pero seguro que esa confianza produce.

Mateo 13 nos deja tres interrogantes que concretan la obediencia:

  1. ¿Qué tipo de campo es hoy mi corazón?
  2. ¿Qué vendo y qué compro con alegría?
  3. ¿Cómo y dónde estoy lanzando mi red?

Una respuesta honesta es ya un paso de obediencia. Cuando la obediencia se acumula, el paisaje cambia: el hogar se suaviza, el trabajo gana honestidad, la ciudad se vuelve más generosa. Como la levadura, lento pero seguro; como la semilla, invisible al principio pero cierto al final.


El Reino ya ha venidosigue creciendo y se consumará en gloria. Por eso, hoy mismo: aramos el campo del corazón y sembramos la Palabra; soportamos la cizaña con paciencia; nos infiltramos como mostaza y levadura; elegimos con alegría el tesoro y la perla; lanzamos la red ampliamente manteniendo la santidad; y buscamos la sabiduría para traer a la vez lo viejo y lo nuevo. Viviendo así, cumplimos nuestro llamado como “escribas instruidos en el Reino de los cielos”. El evangelio es la gran historia de Dios y nosotros, por gracia, escribimos juntos el capítulo de hoy.

www.davidjang.org

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