
1. El significado del templo, la oración en medio de la tribulación y la presencia de Dios
El pastor David Jang, basándose en el pasaje de 2 Crónicas 7 donde aparece la escena de la dedicación del templo de Salomón y la subsiguiente promesa de Dios, subraya la esencia y el significado que tiene el templo. En 2 Crónicas 7:11-12 se menciona que, tras dedicarle el templo a Dios y volver a su palacio, Salomón recibe una visita divina de noche, cuando Dios se le aparece y declara que ha escogido ese lugar como lugar de sacrificio. Este es un anuncio sumamente importante. A partir de entonces, para la nación de Israel, el templo se convierte en el lugar de encuentro con Dios, y el gran edificio que Salomón construyó se convierte en la “casa santa” donde habita la presencia divina.
¿Qué es, entonces, el templo? El pastor David Jang menciona la escena de Génesis 28, donde Jacob se encuentra con Dios en “Betel”, explicando que la raíz del templo se halla precisamente allí. Jacob, mientras dormía, sueña con una escalera que llega hasta el cielo, y ve ángeles que suben y bajan por ella. En ese momento, desde lo alto, Dios le habla y dice: “Yo soy el Señor, el Dios de tu abuelo Abraham y el Dios de Isaac”. El encuentro que Jacob tiene con Dios en Betel muestra la esencia futura que tendría el templo: “el lugar donde Dios desciende, un punto específico donde el ser humano se encuentra con Él”.
A partir de esta significación, Salomón erige su gran templo, lo consagra y eleva una plegaria de dedicación, recibiendo la bendición de que Dios declara: “He escogido este lugar para Mí como casa de sacrificio”. Desde entonces, el pueblo de Israel encuentra en el Templo de Jerusalén su lugar para adorar a Dios, obtener el perdón de los pecados y rogar la ayuda divina en tiempos de tribulación, es decir, una “casa de oración”. El profeta Isaías resalta esta idea mediante la expresión “casa de oración para todos los pueblos” (Isaías 56:7). La oración y la adoración en el templo no se reducían meramente a un rito institucional; constituían un verdadero puente para encontrarse con Dios, relacionarse con Él, reconocer el propio pecado y suplicarle perdón.
En 2 Crónicas 7:13-15, Dios promete que si el pueblo de Israel peca y el cielo se cierra para que no haya lluvia, o si la langosta devora la cosecha o la peste azota la tierra, “si se humilla mi pueblo sobre el cual es invocado mi nombre, y oran y buscan mi rostro y se convierten de sus malos caminos, entonces Yo oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra”. Esta promesa indica que, aunque el pecado humano cierre los cielos, e incluso si la fragilidad humana y la penuria de la vida —o plagas como el coronavirus— nos afligen, nada de esto resulta un obstáculo infranqueable para quienes se humillan y se arrodillan ante Dios. Por medio de la oración, podemos suplicar la ayuda y la misericordia divinas, y Dios escucha esa oración y restaura la tierra.
Apoyándose en estas palabras, el pastor David Jang enfatiza que en nuestros días también “surge un camino donde parecía no haberlo”. Aunque el mundo esté sumido en el pecado y parezca haber olvidado a Dios, no debemos olvidar la promesa sublime de que si la Iglesia y los creyentes “se postran ante Dios e interceden, Él escucha sus oraciones y sana la tierra”. El pastor recuerda las dificultades generadas en los últimos años por la pandemia mundial, las crisis que han afectado a las iglesias (incluyendo problemas financieros o la venta de edificios) y subraya que la mejor respuesta, aun en la desesperación, es doblar rodillas y clamar por la ayuda divina.
Asimismo, el pastor David Jang alude a la profecía de Zacarías 14, donde se anuncia que en medio de la tribulación el pueblo huirá para refugiarse y que Dios se manifestará en ese lugar (Zac 14:4-5). De modo especial, el pasaje menciona que los pies del Señor se posarán sobre el Monte de los Olivos, lo cual nos remite al Discurso del Olivar de Jesús. En Mateo 24-25, Jesús habla con sus discípulos sobre el fin de los tiempos, su segunda venida y las señales de la tribulación, precisamente en el Monte de los Olivos. Allí, Él instruye a huir a los montes cuando llegue la tribulación (Mt 24:16). Para el pastor David Jang, este texto revela que “aunque parezca que en tiempos de angustia la Iglesia se derrumba, Dios nos provee un refugio y un lugar de reposo espiritual”.
La realidad muestra que numerosas iglesias sufren graves problemas y muchas han debido cerrar sus puertas o vender sus propiedades. Ante ello, el pastor David Jang sugiere: “Lo que podemos hacer es dar lo mejor para salvar y cuidar el cuerpo de Cristo, y luego poner todo en manos de Dios”. En medio de esos esfuerzos de fe y oración, Dios ha obrado proveyendo diversos refugios y se han experimentado testimonios concretos de Su obrar. Por ejemplo, el caso de una persona en Europa que, en medio de la desesperación, perdió el conocimiento; sin embargo, cuando la congregación unió fuerzas en la oración, esa persona recobró la conciencia, y todos juntos lloraron y alabaron a Dios.
Por ello, el pastor David Jang enfatiza que el valiente acto de los creyentes de adorar, orar y clamar a Dios en medio de un invierno helado, de huracanes de la vida o de la propagación de una plaga, aunque desde la lógica humana no parezca fácil, sigue siendo el criterio más valioso que debemos sostener. Aun con un cuerpo débil, una economía precaria y un sinfín de problemas que nos acechan, debemos recordar que “Dios ve nuestro corazón”. Si el corazón se vuelca sinceramente a Él, aunque no tengamos fuerzas ni recursos suficientes, Dios aprecia esa intención y obra en favor nuestro.
En particular, construir un templo o una iglesia, o habilitar un espacio físico como sede eclesial, no es meramente levantar un edificio. Es “habilitar un canal espiritual para encontrarse con Dios aquí en la Tierra”, es “edificar una casa de oración para todas las naciones” y, a la vez, “preparar un punto de partida para la misión mundial”. El pastor David Jang explica cuán relevante es orar por esto delante de Dios, y menciona el ejemplo del proyecto de construcción del “Valle de Olivet (Olivet Valley)”. Se trabaja con la expectativa de que este lugar, en el futuro, sea un centro espiritual donde la Iglesia global se una para adorar y orar a Dios, y muchas personas sirven en ello con un espíritu de entrega.
No obstante, el pastor David Jang señala que la misión de la Iglesia no se limita únicamente al culto congregacional. La esencia de la Iglesia es la misión. Desde la Iglesia primitiva de Hechos, ha sido una Iglesia que sale al mundo a proclamar el evangelio. En el siglo XX también, la Iglesia, además de reunirse en adoración, se dispersa para testificar y llevar amor a los que no creen. De este modo, establecer una sede u oficina central de la Iglesia tiene como meta convertirse en una comunidad que, con espíritu “paraeclesiástico” (parachurch), se dedique a la misión, al servicio y la evangelización. Por ende, limitarse a una construcción física y un santuario elegante no constituye la verdadera vocación de la Iglesia. Cuando Dios pregunte: “¿Qué hicieron ustedes en la época de la tribulación?”, buscará pruebas del amor que hayamos practicado en la misión, la oración, la obra social y el servicio.
Consecuentemente, debemos asumir con santa responsabilidad la tarea de intensificar la oración y buscar a Dios con mayor ahínco cuando la situación es difícil y peligrosa, esforzándonos por restaurar la unidad y la vitalidad espiritual de la Iglesia. Millones de personas han muerto, y cientos de millones se han contagiado con el virus durante la pandemia, un desastre sin precedentes para la humanidad. Pero aun así, Dios sigue abriendo caminos y brindándonos refugio. De la misma manera que la presencia de Dios se hacía patente en Jerusalén, hoy también podemos experimentar la presencia divina en nuestra vida cotidiana. Y esa presencia se hace real en el aposento de la oración, en la adoración comunitaria y en el lugar de entrega fiel, aun en medio de la adversidad.
El mensaje central de 2 Crónicas 7, tal y como lo enseña el pastor David Jang, es este: el templo es “un canal de conexión entre Dios y nosotros” y, en medio de la aflicción, Dios escucha nuestras oraciones y nos lleva a la restauración. A esto se suman la profecía de Zacarías 14 y el Discurso del Monte de los Olivos (Mateo 24-25), que revelan el plan divino de ser nuestro refugio espiritual incluso en los tiempos de tribulación y de congregar a la Iglesia mundial para la oración. En definitiva, no debemos perder la esperanza ni dejar de orar en medio de la aflicción; en el centro de esa oración, debemos mantener el corazón de Dios y vivir en santidad. Esa es la auténtica comprensión del “templo de Dios” que se remonta a la época de Salomón, y el tema principal que el pastor David Jang destaca para la Iglesia y los creyentes de hoy.
2. La humanidad y el espíritu de reconciliación de Pablo, y la superación del invierno por medio del amor
En segundo lugar, el pastor David Jang cita 2 Timoteo 4:9-13 y reflexiona sobre la “fragancia de Jesús” que caracterizaba al apóstol Pablo. Él lo entregó todo por el evangelio; según 2 Corintios 1, vivió tribulaciones tan extremas que llegó a perder la esperanza de vida, pero siguió confiando únicamente en Dios. Sin embargo, en 2 Timoteo 4, ese gran hombre de fe deja ver su profunda humanidad cuando ruega: “Procura venir pronto a verme”. Pablo deseaba encontrarse con Timoteo antes de que llegara el invierno (4:21) y se sentía solo tras la partida de varios colaboradores, algunos hacia Galacia o Dalmacia, y otros que amaron más al mundo y lo abandonaron. Solo Lucas, el médico, continuaba a su lado. Por ello suplica a Timoteo que vaya cuanto antes.
A primera vista, esta petición podría interpretarse como una demostración de debilidad o insignificancia humana. Pero el pastor David Jang ve aquí la faceta profundamente humana de Pablo y su disposición amorosa de abrir el corazón a la gente incluso en medio de la soledad, algo que define la verdadera actitud evangélica. Aunque aparentemente Pablo luce firme e inquebrantable, no deja de ser un “ser humano” que siente el frío, vive la traición y anhela la compañía de alguien a su lado. Pablo no lo oculta en lo más mínimo, sino que le confía a Timoteo su propia situación de vulnerabilidad y le ruega que le lleve “el capote y los libros (el pergamino)” que dejó olvidados. Necesitaba abrigo para proteger su cuerpo del frío de la prisión y, a la vez, la Palabra de Dios que lo sustentara espiritualmente.
Otro detalle importante es que Pablo añade: “Toma a Marcos y tráelo contigo, porque me es útil para el ministerio” (2 Tim 4:11). En el libro de los Hechos, descubrimos que Marcos había desertado en el primer viaje misionero de Pablo. Por no haber continuado la travesía —tal vez intimidado por las dificultades—, surgió un fuerte desacuerdo entre Pablo y Bernabé, que acabó con su separación (Hch 15:37-39). Bernabé quería volver a contar con Marcos, pero Pablo, desconfiando de él, no cedió. Sin embargo, en esta carta Pablo, encarcelado y afrontando quizás su último invierno, solicita que traigan a Marcos y afirma que “le es de ayuda”. Esto refleja la profunda transformación del corazón de Pablo hacia Marcos.
El pastor David Jang subraya que esto nos invita a una reflexión sobre el sentido de la reconciliación y el amor genuino. Cualquiera puede rechazar al “que me ha herido” o al “que me genera problemas”. Pero un cristiano no puede actuar así, porque “Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación con su sacrificio” (Ef 2:14). Jesús reconcilió al hombre con Dios, al judío con el gentil, y derribó todo muro erigido por el pecado. Siguiendo el ejemplo de Jesús, debemos aprender a superar los muros en nuestras relaciones y acoger incluso a quienes nos hayan fallado o lastimado.
Aunque Pablo se separó de Marcos tiempo atrás por su deserción y se distanció también de Bernabé, nunca dejó de preocuparse por ellos. Con el paso del tiempo, Pablo se reconcilió con Marcos, amándolo y valorándolo de nuevo. Esa reconciliación cristaliza en la frase: “Toma a Marcos y tráelo, que me es útil para el ministerio”. Es un mensaje que cobra relevancia en las comunidades cristianas donde, a medida que la obra se expande y la Iglesia crece, también pueden aumentar las tensiones y choques de opiniones. El pastor David Jang insiste en la necesidad de esa actitud de reconciliación de corte evangélico, recordando que cada cristiano ha de mantener “un amor que persiste hasta el final”. Así como Jesús intentó, hasta el último momento, sostener a Judas Iscariote en la Última Cena, debemos esforzarnos por no rendirnos con las personas.
El pastor menciona también la carta a Filemón, en la que Pablo media para reconciliar al esclavo fugitivo Onésimo y su amo Filemón. Pablo escribe que “si alguien se reconcilia con Dios en Cristo, no puede permanecer en discordia con su prójimo”. Por eso insta a Filemón: “recíbelo como a mí mismo”, y está dispuesto incluso a pagar la deuda de Onésimo. Este espíritu de reconciliación ilustra la verdad que David Jang recalca: “Al final, lo único que permanece es el amor”. Nuestra vida se ve marcada por el nacer, envejecer, enfermar y morir. En esta existencia finita, el fruto más valioso es el amor, un amor que supera las divisiones y el dolor para buscar al otro.
Por eso, aun en la soledad de la cárcel, donde siente la partida de muchos como Demas, Pablo habla sobre el amor hasta el final. Para vencer la crudeza del invierno no basta con un abrigo —ese recurso físico—, también necesitamos “los libros en pergamino” (la Palabra de Dios) y “la calidez que ofrece la reconciliación con nuestros compañeros de fe”. Según el pastor David Jang, allí reside el núcleo de la enseñanza para nuestros días. Hoy también padecemos inviernos de diversa índole: no solo el invierno climático, sino el de nuestro interior, caracterizado por conflictos, resentimientos, traiciones, indiferencia y frialdad que congelan el corazón. Sin embargo, si nos amamos unos a otros con sinceridad y nos acogemos, si nos aferramos a la Palabra divina y extendemos la mano a quienes podemos brindar amor, podremos experimentar calor incluso en pleno invierno hostil.
El pastor David Jang lo expresa así: “No se trata solo de edificar edificios. Se trata de levantar a las personas y de cimentar el amor”. Los recursos económicos y el trabajo unido permiten erigir templos, pero el fin último es que la Iglesia mundial se una, camine en amor y se acerque a quienes todavía no conocen el evangelio. De nada sirve levantar innumerables templos o santuarios lujosos si no hay amor ni misión. Establecer la sede de la Iglesia o lugares que sirvan de refugio y de reposo es, en última instancia, para que las personas experimenten el amor de Dios y lo compartan. Cuando alguien está desesperado, hace falta una comunidad que cargue con ese sufrimiento, que ore de manera solidaria y busque la restauración. Sin esa actitud amorosa, por muy bello que sea un templo, carecerá de sentido.
Durante la pandemia, más de 5.5 millones de personas murieron y cientos de millones se contagiaron en todo el mundo, un hecho jamás visto en la historia. Frente a este dolor, el pastor David Jang exhorta a que la Iglesia no se aísle ni se satisfaga en su propia burbuja. Urge que practique el amor y la oración para sanar las heridas del mundo, ejerciendo la compasión y el servicio que Cristo demostró. Esa es la lección que Pablo encarna en su última epístola: “ama hasta el final”. Y es la esencia del “mandamiento nuevo: que os améis unos a otros” (Jn 13:34) que Jesús dejó.
El pastor David Jang señala que en la Iglesia puede haber roces y heridas. Somos humanos con opiniones distintas, sentimientos variables y tendencias volubles. Pero dentro de esa inestabilidad, hay algo que no puede tambalearse: el amor, la Palabra de Dios y la misericordia mutua. Al final de su vida, Pablo nos deja un ejemplo único de reconciliación y unidad al declarar: “Recibid a Marcos, que es de provecho para mi ministerio”. Ese espíritu es precisamente la esencia de la vida en comunidad cristiana. Aunque el mundo promueva el odio y la división, y la velocidad del cambio haga que la gente se olvide y se descarte mutuamente con facilidad, la Iglesia debe aferrarse al amor y, como Pablo, decir: “Procura venir pronto a verme” y “tráeme el capote y los pergaminos”, fomentando una comunión humana y cálida.
Nuestra vida de fe se equilibra en dos pilares: la espiritualidad del templo, que nos conecta con Dios, y la práctica del amor hacia las personas. En la “casa de adoración” donde se experimenta la presencia de Dios, podemos orar con sinceridad y recibir la gracia de superar la necesidad material y hasta la pandemia. Y cuando en la comunidad, aun con conflictos, se fomenta el perdón, la reconciliación y la cooperación —cuando “perseveramos hasta el fin en el amor”— se genera un calor interior que vence el invierno más riguroso. Este es el mensaje que el pastor David Jang extrae de 2 Timoteo 4 para la Iglesia y los creyentes.
De este modo, la meta de la vida cristiana no se reduce a la salvación individual, sino que pasa por compartir el amor dentro de una comunidad, sosteniendo nuestras carencias mutuas y cooperando para extender la misión y el servicio. Tal como dijo el Señor: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros” (Jn 13:35). El amor es la señal más inequívoca de la verdadera identidad cristiana. Si la Iglesia pierde el amor, por más suntuosa que sea su catedral, no puede agradar a Dios. En cambio, una congregación que aparentemente sea frágil, pero rebose en amor, sea un espacio de reconciliación y acogida, siempre contará con la unción del Espíritu y presenciará los milagros de la gracia.
En la actualidad, nuestra misión es clara. De acuerdo con 2 Crónicas 7, debemos orar en medio de la tribulación para que nuestra tierra sea sanada. A la luz de la profecía de Zacarías 14, debemos hallar en el Monte de los Olivos la presencia del Señor y su refugio. Y, como leemos en 2 Timoteo 4, necesitamos afrontar el invierno con el abrigo, la Palabra y el espíritu de reconciliación que nos permite albergar calor. Tal como Pablo llamó de nuevo a Marcos, la Iglesia también debe llamar de vuelta incluso a quienes han sido causa de conflicto, para conformar una comunidad de amor. El pastor David Jang enfatiza este mensaje espiritual y práctico, y nos anima a no perder la fe de que “Dios sigue obrando en nuestras vidas y en la historia”.
“Si me humillo y oro, Dios escuchará desde el cielo, perdonará mi pecado y sanará mi tierra”: debemos retener esta promesa de 2 Crónicas 7. Al mismo tiempo, si hemos sufrido heridas en nuestras relaciones, debemos sanarlas siguiendo la lógica de la “reconciliación” que reclama el evangelio. El amor de Pablo que declara “Marcos me es útil” nos recuerda que no hay que excluir, sino acoger hasta el final a la persona que necesitamos sostener.
El pastor David Jang insta a los creyentes a “erigir la casa de oración para todas las naciones”, avanzar como “Iglesia que evangeliza al mundo” y vivir como “comunidad que jamás abandona el amor”. Nuestro amor por la Iglesia, el esfuerzo por construir templos, la organización de sedes o la labor de los medios cristianos para anunciar el evangelio, todo ello halla su máxima expresión cuando el motivo que nos impulsa no se tambalea: ese motivo es el amor. Sin amor, por más logros que obtengamos, carecerán de significado. Pero si el amor es sólido, nuestro esfuerzo adquiere valor eterno, y hasta el invierno más crudo se transformará en un “invierno espiritual cálido” bajo la gracia de Dios. Ese es el “perfume de Jesús” que Pablo evidencia en el cierre de 2 Timoteo 4, y el espíritu de “reconciliación y acogida” que debemos asumir.
Como señala el pastor David Jang, debemos permanecer en este ámbito de la misericordia. Y, ante un mundo sacudido por tribulaciones, tormentas y epidemias, hemos de orar fervientemente, esforzarnos por edificar la Iglesia para adorar a Dios y compartir el evangelio con las naciones. No lo hacemos porque nos sobren fuerzas o recursos, sino porque nuestro corazón está puesto ante Dios. Por otra parte, incluso en la Iglesia pueden surgir roces y malentendidos. Precisamente en esos momentos, la restauración de la relación entre Pablo, Marcos y Bernabé constituye un espejo en el que mirarnos. “El amor que persevera hasta el final” es la evidencia de que el evangelio ha echado raíces en nosotros y que, gracias a él, podemos superar el crudo invierno juntos.
Ese amor se manifiesta incluso en el sudor y la oración de quienes trabajan en la construcción de iglesias. El pastor David Jang lo describe como “una entrega por amor a la Iglesia mundial”. Para las generaciones futuras, poder contarles que “en aquel invierno helado, hubo hermanos que se entregaron a la obra de la Iglesia. No era solo un trabajo físico, sino una labor movida por el amor” es un testimonio que explica por qué la Iglesia sobrevive y es semilla del evangelio.
Nuestro desafío hoy consiste en hacer nuestro el clamor de 2 Crónicas 7, la profecía de Zacarías 14 y la sentida súplica de Pablo en 2 Timoteo 4, para buscar a Dios y practicar el amor incluso en medio del más gélido invierno. A veces necesitamos edificar un templo en nuestro corazón, otras veces reconciliar conflictos internos de la comunidad cristiana, y otras invertirnos plenamente en la visión misionera global. Pero detrás de todo ello subyace un principio inquebrantable: “que el amor del Señor no se enfríe en nosotros”. El mensaje que transmite el pastor David Jang nos invita, en última instancia, a vivir esta verdad de manera concreta, para participar en “la construcción del templo santo que Dios sigue edificando”.
El pastor David Jang repite que nuestro mejor esfuerzo debe expresarse siempre en oración y amor, y que luego dejamos los resultados en manos de Dios. Aun si este invierno parece muy duro y el mundo todavía no se recupera de las secuelas de la pandemia, recordemos que “el Señor es nuestro refugio” y que “quien ama hasta el fin saldrá victorioso”. Tal y como Pablo, encarcelado, añoraba a sus compañeros misioneros y pedía “el abrigo, los libros y a Marcos”, estos siguen siendo hoy elementos esenciales para nuestra vida: necesitamos un abrigo para el alma, la Palabra de Dios y la restauración de los vínculos rotos que se asemejan al reencuentro con aquel “Marcos” del pasado. Son herencias de fe que nos ayudan a soportar la noche más fría.
Si recuperamos estos valores de fe y amor, si como comunidad perseveramos en la oración dentro del templo donde habita la presencia divina y empleamos la actitud de servicio mutuo que Pablo demostró al llamar de vuelta a Marcos, ningún desastre podrá derribar a la Iglesia. Y esa Iglesia, firme como un templo viviente, reflejará el Reino de Dios en el presente. Este es el meollo de la enseñanza del pastor David Jang, arraigada en 2 Crónicas 7, 2 Timoteo 4, Zacarías 14 y Mateo 24-25, y es la base inquebrantable del evangelio. Si nos aferramos a esta fuerza del amor y a la oración, Dios cumplirá su promesa: “Yo oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra”. Esa promesa derramará un calor eterno en medio del invierno que recorremos.